La curiosidad no mató al gato.
Lo siento si te he desmontado un mito pero no, no lo mató.
Una de las definiciones de la RAE de ‘curioso’ es “inclinado a aprender lo que no conoce”.
Sin curiosidad no nos tocaríamos los piececitos por primera vez cuando somos bebés, no tendríamos prisa por abrir la caja y descubrir el regalo, ni hubiéramos puesto un pie en la Luna. Así de grande es su alcance.
Esos repetidos “¿Por qué? ¿Por qué?” que nos hacen cansinos cuando apenas aprendemos a hablar significan y se traducen en ganas de saber más, de conocer mejor y de aprender.
La evolución del ser humano se basa en la curiosidad. En reconocer que ‘no sé’ sobre algo en concreto y acercarse a ello para poder entenderlo mejor. La famosa manzana que cae del árbol e Isaac Newton, entre tantos otros ejemplos.
Otra cosa es para qué usamos la información obtenida gracias a la curiosidad. Seguro coincidiremos en que no es lo mismo investigar sobre enfermedades para erradicarlas que chismorrear sobre el vecino. Ahí cada uno con su responsabilidad y consciencia.
Durante siglos se han dado por válidos los mitos de Eva y la manzana, de la caja de Pandora e incluso el refrán que he manipulado para el título, y por ellos muchos se habrán echado atrás antes de curiosear en lo desconocido. Pero por suerte siempre hay rebeldes valientes que se atreven a ir en busca del conocimiento a pesar de los miedos impuestos.
Y es que la curiosidad también tiene que ver con el miedo, y por lo tanto con nuestra propia protección. Si no tuviéramos ese instinto de ir a averiguar ‘qué ha sido ese ruido tan raro’ podríamos perder la oportunidad de defendernos ante un intruso en nuestra casa. De la misma manera que si una cebra no mira y escucha hacia la ramita que se ha movido, podría ser la última ramita que ve moverse. Por eso me atrevo a decir que fue al contrario: la curiosidad no mató al gato, sino que lo salvó varias veces.
La curiosidad nos salva de la ignorancia, nos protege de las amenazas y nos empuja a descubrir nuevas opciones. La curiosidad es pues interés, y sin interés ni novedad la vida pierde emoción.
No le cortemos las alas a tan maravilloso instinto. ¡Curioseemos!